Venus y la música o de cómo la belleza es ‘instrumento’ de seducción
En el anterior caso de Art Detective dejamos pendiente hablar de las Venus que Tiziano Vecellio realizó a lo largo de su carrera, y aunque en el mundo existen varias versiones de la diosa pintada por el maestro italiano, una vez más empezamos con las que tenemos la suerte de admirar en el Museo del Prado.
El culto a la estética femenina no es algo nuevo en la pintura, así como no lo es en todo el arte. Sea en la pintura o en la escultura, el canon estético ha pasado por diferentes vertientes, desde las más estilizadas, la perfección geométrica de la estética clásico helenística, hasta llegar al Renacimiento, que rescató la blandura y sinuosidad del cuerpo femenino que atrae a partir de su fecundidad. En este periodo, Tiziano es sin duda el maestro absoluto y el pintor de la sensualidad.
La serie de Venus que realizó es la prueba de una profunda pasión por el cuerpo femenino, y sería revolucionaría, ya que nadie como Tiziano transformaría tanto la manera de presentar un desnudo. La Serenissima, Venecia, una ciudad extremadamente abierta para la época, era un centro cultural ferviente y vivo bajo todos los puntos de vista, por lo que es de esperarse que Tiziano, nacido en el seno veneciano, sería su mayor representante.
La serie de “Venus y músico”, que es el caso de hoy de Art Detective, está conformada por cinco lienzos que Tiziano –y su taller– realizó casi seguramente para diferentes comitentes. Así como ha pasado, pasa y pasará en otros casos de Art Detective, los paraderos de las obras son muchos.
En Madrid tenemos la suerte de apreciar dos de las series de “Venus y músico” de Tiziano, en el Museo del Prado. Parecen iguales, a primera vista, pero no lo son.
Empecemos.
Las dos Venus que posee el Prado son: Venus recreándose en la música (1550) y Venus recreándose en el Amor y la música (1555).
En ambas, nos encontramos con una composición escénica muy similar: Venus recostada en un lecho elegantísimo, compuesto por almohadas y una cama refinada que sugiere una habitación de lujo, con una ventana que asoma a un jardín idílico en la presencia de dos enamorados, una fuente, animales y una perspectiva que se expande en la pérdida del punto de fuga.
En la mayoría de las versiones le acompaña a la izquierda, a sus pies, un músico, un tocador de órgano o de laúd. Cupido y unos perritos son su compañía predilecta.
En la primera Venus recreándose en la música, Venus aparece recostada acariciando un perrito. Un músico de espalda, tocando un órgano, se da la vuelta para mirarle. Su gesto de interrumpir la música podría estar justificado por la presencia del perrito, pero nadie se cree que a la vista de una maravillosa Venus desnuda el hombre se deje llevar por el animalito. La deslumbrante presencia de la diosa, desnuda, capta su atención y le distrae de su oficio. Además, no cabe duda que el músico está mirando fijamente al pubis de la mujer.
En esta versión, la que llamamos Venus es en realidad la representación de una mujer, casada, y es una alegoría del amor conyugal. La mujer porta un anillo, la clásica alianza matrimonial en su mano derecha. En la iconografía tradicional para identificar a Venus –o a cualquier otra diosa o dios– necesitamos de sus atributos. Venus sin Cupido pierde su identidad divina.
En la otra versión, Venus recreándose en el Amor y la música, en cambio, no cabe duda que se trata de la diosa Venus. Cupido, a la derecha, le abraza en un gesto de extremo cariño y ternura. Los dos se miran a los ojos, cómplices y juguetones. Ella, deleitándose con la música, preside la escena con su imponente presencia y su imponente sensualidad, sin fijarse en el músico que una vez más se deja atrapar por la sensualidad de la maravillosa diosa, y se da la vuelta para mirarla –también en esta versión– directamente en el pubis.
Las dos obras han compartido la misma sala en el museo madrileño durante mucho tiempo, para darnos la posibilidad de apreciarlas juntas y fijarnos en sus detalles y sus diferencias.
Actualmente, Venus recreándose en el Amor y la música se halla en sala de La Maja vestida y La Maja desnuda de Goya, parte un proyecto mayor del museo, como muestra de la inspiración que tomó Goya, el pintor zaragozano, de la Venus del maestro veneciano.
Fuera del Museo del Prado, hay más lienzos en los que se representa a Venus recreándose con la música, en los que tiene a distintos acompañantes, ya sea Cupido, algún perrito, un organista o un intérprete de laúd, el cual aparece en una escena similar a las que ya hemos observado con antelación.
Uno se conserva en el Fitzwilliam Museum y data de entre 1555 y 1565.
El otro es del Metropolitan Museum Art de New York y está fechado entre 1565 y 1570.
La ambientación, la posición de Venus y del músico, así como la intención y los mensajes de la pintura respecto a la sensualidad de la diosa no cambian. El músico se queda hipnotizado por la gracia de la diosa, y en lugar de encantar con su música se queda encantado por la belleza divina de Venus que tiene rasgos humanos, terrenales y carnales.
En la versión del Gemäldegalerie de Berlín, Venus está acompañada por todos los elementos citados: Cupido, un músico (organista, en este caso) y el perrito.
¡Qué no se le escape nada a la diosa!
A pesar de los estudios realizados sobre los lienzos y de las diferentes interpretaciones del maestro Tiziano a la diosa Venus, me quedo con la opinión de aquellos que han afirmado que los sentidos son efectivamente los protagonistas de la escena (el historiador del arte Erwin Panofsky, entre ellos).
El disfrute de la belleza pasa a través de los sentidos: el oído con la melodía del músico que interpreta en la escena; la vista de la hermosura de la diosa que nos atrapa y captura; el tacto de la blandura del cuerpo de esa mujer fecunda y coqueta y el olfato a través del dulce aroma que proviene de la vegetación en el jardín, repleto de flores y árboles así como de animales.
Una sensualidad que nos engloba enteros, en “un rapto místico y sensual”, como diría el cantautor Franco Battiato en su canción “E ti vengo a cercare» (“Y vendré a buscarte”).
Pero, ¿cuál es la inspiración de Tiziano para realizar esas Venus?
Procedamos.
Tiziano se inspira en las anteriores Venus de Dresde del pintor Giorgione y la Venus de Urbino –hecha por él mismo– para realizar la serie que hemos analizado en este caso de Art Detective.
Parece que hacia 1545, Tiziano realizó una Venus para Carlos V que no existe al día de hoy. Sobre este modelo, se realizarían las cinco Venus y músico que hemos analizado.
Ahora bien, vamos a explicar cómo estos tres lienzos llegaron a los actuales museos, el Museo del Prado, el Fitzwilliam Museum y el Metropolitan Museum.
Con relación al primero, Venus recreándose en la música del Museo del Prado, este perteneció a Francesco Assonica, y hacia 1622, se encontraba en Venecia.
Carlos I de Inglaterra la adquirió poco después, y Felipe IV de España la adquirió a la muerte del rey inglés. Aparece por primera vez en el inventario del Alcázar de Madrid entre 1666 y 1734. Durante el siglo XVIII estuvo en el Palacio Real de Madrid, y pasará a formar parte de la colección del Museo del Prado en 1827.
En lo que respecta a la versión del Fitzwilliam Museum de Cambridge, esta perteneció a Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En 1648 fue llevada a Roma por la reina Cristina de Suecia, y tras su muerte, se subastó en Londres. Fue comprada por Richard Fitzwilliam, en 1798 o 1799, y a partir de 1816, fecha de fundación del museo, empezó a formar parte del mismo.
En cuanto a la Venus del Metropolitan Museum de New York, esta perteneció a la familia real de Saboya. En el siglo XVIII llegó a Inglaterra y fue propiedad del conde Thomas Coke y de su familia. Cuando este murió en 1759, fue vendida al comerciante Joseph Duveen en 1930, quien a su vez en 1933 la vendió al museo.
Art Detective no para nunca.
Hay más huellas a seguir.
Tiziano llevó a cabo más lienzos cuya protagonista es Venus. En su arte, realizó otras múltiples versiones de la diosa en diferentes ámbitos.
Pero este es otro caso de Art Detective.